Llamen al flautista. Sevilla se ha convertido en Hamelín
Pues así es. Soy de aquellos elegidos, aún no sé si para bien o para mal, que están obligados a saltarse el confinamiento en casa. La mejor forma de afrontar la situación en plantearse rutinas. La mía pasa por coger el coche para desplazarme a mi puesto de trabajo. La calle está vacía: Sevilla es una ciudad solitaria. Me refiero a los individuos de la especie humana. Como la misma naturaleza, cuando un nicho biológico queda vacío, rápidamente es ocupado por otro colectivo. He podido comprobar que en el caso de nuestra ciudad de trata de un ejército de roedores de tamaño variopinto que campan a sus anchas por setos, parterres y arriates. La soledad del adoquín y del asfalto sirven de telón de fondo a estos personajes encolados. El coche se para en los semáforos. No está permitido saltárselos, incluso en situaciones en las que el tráfico se ha reducido hasta términos ridículos. La espera se hace larga, como la impaciencia. Mirar a través de la ventanilla se convierte en un pasatiempo ineludible. Y allí están, grises, enseñando sus dientes y riéndose de nosotros. Quizás saben que es su tiempo. Entonces me da por pensar que quizás estemos fijándonos en el enemigo invisible que nos ataca sin piedad mientras despreciamos a estos enemigos que sirvieron de vectores para nuestra merma en siglos pretéritos. Por favor, llamen a un flautista que entienda de estos temas. Nuestros niños están en casa y no se escaparán esta vez.
Francisco Javier Torres Gómez